El techo de cristal en tonos amarillos

Hoy 96 almas llenaron la sala de cine del Centro Niemeyer y se les encogió el corazón ante una historia dura y conmovedora, ante unos hechos que nunca deberían haber sucedido. Con posterioridad a la proyección de El techo amarillo la casi totalidad del público asistente se quedó al encuentro, dinamizado por el Coleutivu Milenta Muyeres, con tres de sus protagonistas, con el deseo de compartir, agradecerles su coraje, mostrarles respeto y solidaridad.

Hoy hemos aprendido algo nuevo y es que en las situaciones que vivimos las mujeres a lo largo de nuestra vida, los techos están muy presentes. Si Amelia Valcárcel nos contó  aquello de que el techo de la desigualdad y del poder era de cristal, hoy Aida Flix, Goretti Narcís y Marta Pachón nos han contado, y no pensamos olvidarlo, que el techo del abuso es color amarillo.

Si el techo de la desigualdad es de cristal, el del abuso es amarillo

Explorar los límites entre el consentimiento y el abuso siempre es un ejercicio espinoso, sobre todo para quienes viven situaciones de violencia sexual, para quienes este hecho les quiebra la vida, para quienes son revictimizadas una y otra vez, para quienes tienen que echar mano de toda su resiliencia y empoderamiento individual para salir de esta situación, convivir con sus traumas, sentido de culpabilidad y seguir adelante.

En una sociedad y momento como los nuestros, tan tendentes al blanco y negro, donde la visceralidad y la consigna tienen tanto de emocional y poco de racional, tan a menudo ausente de respeto, tan avasalladora e injusta,  el ejercicio que ha realizado Isabel Coixet, una de las cineastas más comprometidas con las cuestiones sociales de nuestro país, es algo tremendamente valioso.

Violencia sexual, abuso y violación no son temas nuevos para esta directora, que ya en 2003 dirigió Viaje al corazón de la tortura que denunciaba una de las prácticas más espeluznantes de la que es capaz el ser humano: el uso de la violación como arma bélica, el uso del cuerpo de las mujeres como botín de guerrra y elemento de aniquilación del enemigo. Ya entonces exploraba la condición de víctima como algo traumático pero circunstancial y la recuperación del trauma como algo irrenunciable. 

En El techo amarillo, además, pone sobre la mesa el poder sanador que tiene la palabra y la sororidad. Quizás sea este el elemento que llevó a las protagonistas a ponerse en sus manos, a confiarle sus miedos, a poner sus cuerpos en esta batalla. 

Esta noche ha tenido algo de mágica y mucho de emotiva: la magia de ver cómo las mujeres cuando se unen pueden cambiar las cosas y la emoción de saber que aún hay injusticias que pueden ponerte un nudo en la garganta y llevarte a gritar ¡yo sí te creo… y además te admiro! Gracias por este ratito, gracias por dar sentido a la existencia de una muestra como MUSOC.

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