Hay un paralelismo entre toda creación y quién la firma. La fuerza y empeño de Anna Bofarull está en cada acto, decisión y gesto de las tres protagonistas de la bélica y feminista Sinjar que casi medio centenar de espectadores pudimos visionar en el Auditorio de La Pola Siero mientras los rayos, la lluvia y el viento helador atravesaban el norte. Ana López representante de Amnistía Internacional daba la bienvenida a quienes se atrevieron a cruzar el temporal, para recibir cobijo del cine que nos hace pensar.
Viajamos al desierto fronterizo entre Siria e Irak de la mano de Halima Ilter (Hadia), obligada a vivir como esclava junto a tres de sus hijos al servicio de una familia, Iman Ido Koro (Arjin) adolescente huérfana que en su huída del cautiverio acaba uniéndose a las milicias kurdas y sufrimos con Nora Navas (Carlota) que desde Barcelona emprende desesperadamente la búsqueda de Marc, su hijo adolescente que ha huido de casa sin dejar rastro para unirse al Daesh. Tres historias que se entrecruzan magistralmente en esta obra, tercer largometraje de su directora tras un largo periodo de investigación que comenzó en el kurdistán iraquí, donde se pudo entrevistar con las verdaderas supervivientes de estas realidades para ir creando el guión.
Es posible ser cineasta mujer y contar la guerra desde nuestra trinchera
Tan reales como Iman Ido Koro, actriz no profesional, término que desde este año en MUSOC hemos rebautizado como ‘natural’, refugiada en un campo tras haber vivido un cautiverio real de los nueve a los trece años y que nos mira directamente en un plano final tan contundente como desalentador. Las mujeres que sufren la guerra tratan de proteger a sus hijos, sufriendo humillaciones y abusos o viéndose empujadas a tomar un arma.
En el encuentro online que generosamente pudimos disfrutar ahondando en la creación de la trama y los difíciles entresijos para producir, rodar en diferentes localizaciones y con distintos idiomas, Anna Bofarull fue contestando desde su casa a todas nuestras preguntas. Nos contó cómo el equipo técnico, íntegramente formado por mujeres cineastas catalanas, trabajó en el kurdistán iraquí donde también llegó abruptamente la pandemia, obligándolas a tomar una difícil decisión, terminar la película o regresar. Nos explicó los detalles de cómo acabaron siendo repatriadas por un avión militar rumbo a Zaragoza desde Bagdad junto con material considerado peligroso por el Ministerio de Exteriores. El material más valioso que viajaba en ese avión de regreso, era sin duda la película de Anna, con las interpretaciones e historias que se pueden ver en Sinjar, dejando allí para siempre el ejemplo para todos los que se cruzaron con el grupo de cineastas: es posible ser cineasta mujer y contar la guerra desde nuestra trinchera.


















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